Desliza sus manos hasta encontrar su centro húmedo,
se observa ; ve su ombligo y el color de sus piernas.
       Juega con sus manos dentro de aquel cuarto con olor a marihuana trasnochada, las cobijas guardan  combinaciones de fluidos corporales y vino. Unas cuantas lagrimas, risas y gemidos quedaron atrapados en el sitio.

Chupa sus dedos que saben a ella, recuerda e imita como él pellizcaba sus pezones y lamenta nunca haber  aprendido el arte del contorcionismo para poder morderlos como la ultima tarde...
               
 Esa tarde yo observaba la montaña
 él mantenía su vista fija en mis botas,
            nos habíamos cansado el uno del otro, no existían palabras... me contó de su noche anterior con la  nena de música y a la vez me pedía que  estuviera tranquila pues amaba mis botas y cada una de mis células. Yo siempre estuve tranquila
 me importo ¡Claro que me importo! Tenia unas ganas de agarrarla por el pelo, tirarla al suelo y empezar a besarla como lo hubiera hecho con él.

   Al ser las 4 con 33 minutos  mis ojos se mojaron  y la lluvia se hizo mas fuerte hasta que las lagrimas se confundieron con el aguacero. Él volvió con su platica, me susurro y nos fuimos al carro.
Esa tarde ¡Esa única tarde!
                 Nos comimos, nos vomitamos y nos hicimos pedazos.
En todo el camino no hablamos.
 Al dejarlo en su casa; abrió la puerta, puso sus pies en el suelo, me voltio a ver con esa sonrisa que invitaba a destruirnos y me dijo:
          Siempre voy a amar tus botas.

La nena de la música, entra al cuarto, la encuentra desnuda, le da un beso en la mejilla y se pone sus botas.